Un viaje inesperado llamado Corona Capital 2012.

Después de un fin de semana lleno de música en la ciudad de México debido al Corona Capital, regresé con una sonrisa de oreja a oreja. En primer lugar, porque tenía más de un par de años de no visitar esa ciudad llena de ruido, sabores, colores y personajes que te imaginas puedes encontrarte, amo la capital. Un viaje “planeado” que resultó ser más inesperado que nada: no logré ver a todas las bandas que quería escuchar, no me la pasé todo el día entre el sol que quemaba y me hacía pedir más cerveza, por las mañanas preferí caminar por las calles céntricas y desayunar sus increíbles garnachas y rematar en esos cafés que tienen por excelencia, vi a las personas adecuadas pero no a todas las necesarias. En pocas palabras, fiesta, música y mucho rock.

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Les platico en breve lo que para mí fue el Corona Capital. Mis favoritos del sábado sin duda alguna fueron Die Antwoord, sude y baile como quise y pude en esa carpa llamada Club Bizco donde las luces, voces y energía de estos sudafricanos hacían temblar el piso. Emanan tanto potencial que considero los traigan en solitario nuevamente, ojo organizadores. Ya para el día domingo, donde todo me dolía, las piernas, los brazos, la espalda con mi terrible color a camarón recién cocido y el hambre que siempre tuve además de la necesidad de cerveza, era el día para “descansar” con bandas más light, donde New Order fue mi platillo fuerte. Bajo la noche, sentada en un pasto donde no me importaba que tan frío se sentía por lo mojado, si se me iba a poner la ropa color verde o si alguien pasado de copas me pisaría por su camino, la banda lo valía. Las palabras sobran al momento de describir lo que es escuchar agrupaciones como Suede o New Order, fuera de si está o no la alineación original, la música sigue siendo la protagonista.

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Los dos días en el D.F. no fueron suficientes, siempre han sido necesarios, jamás negados. Fue un fin lleno de alegría, música, cansancio, amigos, fiesta, borrachera, cruda, riesgo. Desde pedirle a la doña del carrito de tortas afuera del Autódromo que me pasara luz para comunicarme con mi gente, con aliento alcohólico, la mirada un poco dilatada, con hambre que aproveché hacerle consumo, hacerme cuate al viene viene que trataba de llevar un control en el tráfico horrible que se vive cuando acaban los conciertos y de tolerar a esos Don Juan que se aparecía, no evades plática por no verte mamona, saben qué eres, qué haces y te quieren abarrotar el correo de propuestas. Si no soy tu pinche promotora! En silencio, decía.

Es así que, mi viaje a la ciudad que nunca duerme, entre unos tacos de canasta a media noche del día domingo, me despedía recordándome que debo volver a llenar ese hueco que espera por mi siempre, de entre los millones de habitantes que ya no caben en el hermoso corazón de la ciudad de México.